Y sin esperarlo, las nubes negras
de tormenta, que minutos antes me atemorizaban, se alejaron lentamente.
El viento las transportó hacía el oriente, para dejarme ver el agotado tesoro que en su densidad protegen.
El viento las transportó hacía el oriente, para dejarme ver el agotado tesoro que en su densidad protegen.
Por años he recorrido ese
sendero: he subido por las empinadas escaleras de piedra, he respirado el verde
paisaje y he leído las historias que los visitantes han tatuado en los pinos y
sauces.
Sin embargo, esa tarde de martes, sin buscarlo y, mucho menos, pensarlo, el Nevado del Tolima decidió acompañar mis pensamientos.
Sin embargo, esa tarde de martes, sin buscarlo y, mucho menos, pensarlo, el Nevado del Tolima decidió acompañar mis pensamientos.
Ojalá el tiempo se detuviera,
igual que lo hizo en mi mente, en la escasa y blanca nieve que cubre,
levemente, la cumbre; quizás, que la mágica eternidad se encargara de conservar
las gotas de agua, que son vida pura descendiendo por la pendiente.
A la lejanía de mis pasos y a la
distancia prudente de mi mirada, le agradecí a la montaña por luchar contra
nosotros, para conservar por corto tiempo su belleza y grandeza, que a a pesar de nuestra
fría indiferencia, al contemplarla por segundos nos brinda tranquilidad única y etérea.
Hoy, queda sólo un poco de nieve...

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