miércoles, 6 de mayo de 2015

#HistoriasSencillas: El duro de las máquinas



Soy de las que almuerza sola. Dos años y medio de independencia en una ciudad lejana tienen sus sacrificios.


Cuando un compañero de la oficina me acompaña soy feliz, pero cuando me toca explorar restaurantes sin compañía, el ritual es sencillo: llego al lugar, pido el menú del día, espero, como, pago, doy las gracias y adiós.


Lo mío no es conversar con desconocidos, o relativamente desconocidos, en espacios tan personales como las comidas. Quizás porque pongo en práctica el dicho, que en este caso no sé qué tan bueno es: no hagas lo que no te gusta que te hagan. 

Desde hace unas semanas estoy visitando un restaurante casero al que acuden varias personas de la empresa. Hoy me topé con un compañero de trabajo que varios agobiamos con nuestras llamadas a diario. Todo por nuestra incapacidad con la tecnología: no verificar un cable desconectado, olvidar una clave o simplemente porque el computador murió sin explicación, o eso es lo que creemos.

Llegué con una compañera muy social, saludamos y nos sentamos en la misma mesa que él. Un chiste flojo sobre los problemas de mantenimiento sin resolver... y silencio. 

Cubiertos sonaban, comida entraba a la boca, pero no salían palabras. 

Al principio sentí que invadíamos su espacio, su privacidad en el almuerzo. Creo que intentamos ignorarnos, pero eso me molestó. Fue una molestia conmigo misma. Ese enojo interno se expresó con una pregunta, claro, sobre lo laboral: "¿A usted le toca trabajar los sábados?"

El hecho de que respondiera me sorprendió, ya que se caracteriza por su seriedad, pero me impactó más lo que dijo: "los sábados y los domingos también, me toca estar disponible si pasa algo". 

En ese momento comprendí que no conozco más allá de mi oficina, y que casi siempre no pienso o comprendo los esfuerzos que hacen mis compañeros en sus cargos. 
La conversación arrancó, y fui conociendo a mi compañero de mesa y de empresa. 

Hace tres años trabaja de corrido, sin tomar vacaciones, porque no hay quién lo reemplace. "A veces en vacaciones me ha tocado venir a trabajar". Es que si se va, tres dependencias deben hacerse cargo de sus funciones. Tareas que él, una sola persona, hace normalmente.

También, con una simple charla de 20 minutos, aclaré que no es profesor, pues en mi mundo mágico de Narnia creía que en las noches asesoraba a universitarios y resulta que él es el universitario. Tiene un grupo de estudio, que se reúne en la empresa para trasnochar gracias a los ejercicios de matemáticas. 

Así que en el día se aguanta a los usuarios cansones (él nunca nos calificó como tal) y por la noche soporta al profe cuchilla. 

Tres años sin vacaciones, un trabajo de siete días y estudio nocturno. Simplemente, Mucho teso. Ah y se me olvida, lleva casi 12 años en la empresa, a donde llegó sin saber prender un computador y ahora es el que se conoce cada circuito de las "máquinas", como las llama. 

La conversación terminó con su preocupación por el parcial que tenía en la noche. Le deseé buena energía, porque se la merece. Espero que le haya ido bien. 

Agradezco el almuerzo de hoy, porque recordé que, así esté en la oficina, estoy rodeada de historias. Historias sencillas que merecen ser contadas. Historias que me hacen feliz, porque me motivan a hacer algo que amo, escribir.